martes, 31 de diciembre de 2013

Como adquirir "LA CONJURA DE ATENAS"

Ante las numerosas peticiones de ejemplares del thriller histórico "La Conjura de Atenas", os recordamos las diferentes formas de adquirir un ejemplar:
- En Puerto Real, en las librerias "Pérgamo" y "El Aprendiz".
- En cualquier otra librería, del lugar donde vivas, en unos días lo tendrás en casa.
- Por email a umsaloua@gmail.com, lo recibirás en casa sin gastos de envío.

Como escribir "La Conjura de Atenas" y no morir en el intento.

Charla ofrecida en la librería Pérgamo, de Puerto Real (Cádiz), el pasado 27 de diciembre.










La coletilla “Y no morir en el intento” que adorna el enunciado de este coloquio puede parecer que se refiera a la larga lista de señores que fallecen sin quererlo a lo largo de las páginas de “La Conjura de Atenas”. Y ahí llevo yo ventaja. Al contrario que los personajes de Niebla, de Unamuno, los malos de mi novela me han respetado y me han concedido una cierta autonomía a la hora de organizar y luego escribir sus vidas, aunque luego ellas y ellos hayan deambulado por las páginas y lugares en parte como les ha venido en gana. Y parte de esa autonomía se traduce en que el autor no ha muerto en el intento.

No ha sido La Conjura de Atenas una obra difícil de imaginar, aunque sí un poco más de escribir. Ahora os voy a contar cómo comenzó esta atípica tragedia griega, allá en el año 2009, cuando lo último que yo me imaginaba era estar esta noche aquí con ustedes.

Lo primera ocurrencia que yo tuve acerca de la novela fue que girase en torno a Sócrates, el filósofo más conocido y a la vez más desconocido de la antigüedad. De Sócrates sabemos poco y mucho, según nos creamos que los Diálogos de Platón se refieren directamente a él como persona o si, por el contrario, otorgamos todo el mérito de las teorías que en ellos aparecen al propio Platón, y entonces Sócrates nos queda como un mero personaje literario que quizás ni siquiera existió.

La Historia de la Filosofía más reciente se inclina por una solución intermedia: los primeros Diálogos de Platón recogen actitudes y frases propias de Sócrates, y a medida que el joven ateniense va madurando, y con su maestro ya fallecido, incluye en sus escritos sus propias ideas y pensamientos.

Y así es como aparecen ambos en La Conjura de Atenas: Sócrates es el pensador que nunca escribe sus pensamientos, pues cree que sólo tienen validez a través de la discusión, de la dialéctica, y Platón es el discípulo aventajado que, consciente de la trascendencia que pueden tener las ideas de su maestro, las va anotando precisamente en forma de diálogo, para que no pierdan la espontaneidad de una disputa cara a cara.

La Conjura de Atenas nació con la idea de ofrecer una versión fantástica de la muerte de Sócrates. Y no digo fantástica porque fuera magnífica, sino porque debía pertenecer al mundo de la fantasía. Yo quería ofrecer una justificación de la infame condena a muerte del filósofo pero ofreciendo unos argumentos atractivos y, podríamos llamarlos así, policíacos, pero que fueran completamente plausibles y no chirriaran con la versión oficial que todos conocemos.

Para eso jugaban a mi favor los pocos datos biográficos que de Sócrates nos han llegado: la obra de Platón, los Recuerdos de Jenofonte, algunos comentarios de Aristóteles y, los ya posteriores pero muy entrañables, apuntes de Diógenes Laercio.

Partía pues con ventaja: hay muchísimos años de la vida de Sócrates sin historiar, y lo poco que sabemos de él no está lo suficientemente contrastado científicamente. Mi única obligación era que lo que yo escribiera encajara perfectamente en ese puzle incompleto que es el personaje que conocemos por Sócrates.

Comenzaron a surgir entonces en mi mente cientos de motivos que hubieran podido llevar a nuestro protagonista a tomar la cicuta: un monstruo que acababa con las jovencitas atenienses y que en realidad era un aristócrata pervertido, un amante despechado y vengativo… lo único que me faltó fue imaginar una nave extraterrestre abduciendo a Sócrates y trayéndolo a nuestro siglo, como hiciera Buñuel con Simón del Desierto.

No recuerdo exactamente en qué momento surgió la idea de ese objeto mágico que muchos ansían para poseer el poder sobre todos los hombres. Y no lo recuerdo porque momentos así no nos pertenecen, al menos a nivel consciente. Habría que someterme a una sesión de psicoanálisis para descubrir el motivo de su elección.

Como quería que mi novela no se limitara a ser una novela histórica al uso, es decir, una dramatización exacta de hechos contrastados, me venía muy bien usar una trama policíaca, de género negro, que se desarrollara en la Atenas de fines de siglo V antes de nuestra era. Tenía como precedentes, por citar tan sólo dos obras, ambientadas en diferentes épocas y lugares, “El Lector de Cadáveres”, de Antonio Garrido, o “El Nombre de la Rosa”, de Umberto Eco. Ficción y Misterio inmersos en la Historia académica y oficial.

A partir de aquí el proyecto de novela se dividió en dos tramas principales: la histórica, que debía ser escrupulosamente rigurosa y fiel a lo que entendemos como real, y la ficticia e inventada, que no por ello debía ser menos exacta ni coincidente con la historia.
Este afán de rigurosidad me hizo lamentar el que no se me hubiera ocurrido escribir mi primera novela sobre mi infancia en la Plaza de los Descalzos de Puerto Real. Pues tenía ante mí una descomunal información que investigar, no en vano la Grecia clásica es una de las etapas históricas sobre las que mayor número de ensayos, trabajos de investigación y monografías se publican cada año en todo el mundo. Eso puede ser bueno y malo a la vez, pues hubo veces en las que me parecía que nunca acabaría con la documentación para la novela, pues siempre aparecía una nueva fuente a la que acudir para contrastar opiniones.

Mi ventaja fue partir de una base sólida: mi formación académica en Filosofía me proporcionaba los argumentos básicos para saber a qué autores acudir, y en muchas ocasiones mi investigación era simplemente releer obras ya estudiadas en la Facultad.

Para que la novela, a pesar de su trama policíaca, no fallara como novela histórica, elaboré una lista de elementos clave de la cultura griega que debían aparecer en ella. Sin saber ni remotamente hacia donde me conducirían las únicas premisas que yo disponía (Sócrates, Platón y un objeto mágico), dividí la novela en siete apartados, que luego se fundirían en uno, y cada una de ellos se refería a un mes diferente del calendario griego, y, quizás por defecto profesional, subrayé las fiestas que tenían lugar en cada uno de los meses, a los dioses a los que se les dedicaban, y ahí ubiqué los hechos históricos más relevantes del último año de vida de Sócrates. Porque otra cosa que también estuvo clara desde el principio fue que la novela no abarcaría toda la vida del filósofo, sino que me ceñiría a sus últimos meses, y muy brevemente al juicio y a la ejecución de la condena.

El reto era describir, en esos pocos meses, lugares tan emblemáticos como el Oráculo de Delfos, los Misterios de Eleusis, el Diolkos de Corinto o los mismos secretos ocultos en la Acrópolis. Igualmente debían aparecer elementos ineludibles como la mayéutica socrática, las maneras de los sofistas, las primeras ideas de Platón, la Tiranía y la Democracia ateniense…

Junto a todo ello, deseaba recrear un banquete de la época, los diferentes tipos de enterramientos, la distribución del ágora y sus edificios más destacados, los medios de transporte, las medidas del tiempo y los espacios, las frecuentes guerras con las ciudades vecinas, las fiestas que marcaban el ritmo del calendario…

Todo esto es respecto a la base histórica. Ahora faltaba la trama policíaca, la aventura de ficción que fuera la salsa de la ensalada griega que hacía falta aliñar. Y aquí es donde surge, de manera decisiva, la casualidad. La aventura fue surgiendo sola, la misma redacción y la investigación histórica facilitaba unos argumentos que iban surgiendo a la par que se escribía. Tanto es así, que ahora, que estoy justo en la etapa de documentación de un nuevo episodio de esta saga, quiero tenerlo todo tan atado que me resulta imposible, y no puedo explicarme cómo La Conjura de Atenas surgió tan sin quererlo yo, tan sin avisar.

Una vez que ya tenía claros los principales cimientos de la novela la siguiente duda que surge es: ¿Quién la narra? ¿El propio Sócrates? ¿Un personaje cercano a él? ¿El famoso y sabelotodo narrador omnisciente?
En mi caso, si tenía algo claro era que no quería saber nada de narradores enteraíllos, que conocen los sentimientos de cada personaje, incluso los más ocultos, y que es capaz hasta de decir: “El gato se molestó porque le faltaba su ración diaria de sardinas” Nunca me gustaron este tipo de narradores, ni en las más famosas novelas que lo emplean, y dudo que yo mismo lo utilice alguna vez.

Cuando alguien te cuenta una historia, en primera persona, te ofrece la riqueza de la ignorancia. El lector sólo conoce lo que conoce el narrador, la información con la que juega el escritor es la misma que posee el lector para averiguar los enigmas que se plantean. Es por ello que decidí que fuera Hermógenes, el amigo de Sócrates, quien nos contara a todos –incluido a mí- la novela, quedándonos ocultas a todos las investigaciones que Sócrates hace por su cuenta y que no comenta a nadie.

Este tipo de planteamiento discursivo trae consigo una complejidad, que podría afectar si no a la trama policíaca, sí a la base histórica. ¿Cómo puede un ateniense contar a otro ateniense cosas obvias para ambos, que nosotros mismos, en nuestras conversaciones normales, evitamos siempre? Es decir: yo como autor deseo que el lector se vea inmerso en la Atenas clásica, pero encuentro la dificultad de que la novela es una carta entre dos paisanos. En nuestra vida normal, yo nunca escribiría a Ramón diciéndole: “Mañana iré a tu librería, esa que está en la calle Amargura esquina con Cruz Verde, que tiene cuatro escaparates y su fachada es de piedra ostionera”. Evidentemente, no. Esta ha sido, pues, una de las mayores dificultades de La Conjura de Atenas, el crear un ambiente lo más auténtico posible sin entrar en detalles que se antojarían absurdos entre dos paisanos de la misma ciudad.
Y también ha sido mi salvación, por otra parte. Reconozco que no me gustan las novelas históricas que, al terminar de leerlas, nos permitirían optar a un diploma de arquitectura, esgrima o de pintura medieval. Bueno… sí me gustan esas novelas, pero creo que les sobran muchas páginas como relatos y les faltan otras muchas como libros técnicos.

Yo he procurado de vez en cuando quitar de en medio a Sócrates y Hermógenes de Atenas, para que puedan contar, y describir, realidades que el primer lector originario, Lamprocles, el hijo de Sócrates, no conociera, y en esos lugares sí he escrito más tranquilo: Delfos, Eleusis, Delos…

He disfrutado también inventando situaciones como el ritual de los Misterios de Eleusis, de los que se conoce muy poco y lo poco que se conoce aparece en la novela, aunque adornado de una escenografía tipo Dagoll Dagom o Els Comediants, que creo que no se aleja mucho de cómo debieron ser en realidad.

Los diálogos en los que interviene Sócrates se han realizado al modo de los de Platón, que además no era un método propio de él sino que fue una forma de narración habitual en los años en los que sitúa la novela. No era extraño, pues, que Hermógenes y otros discípulos de Sócrates también escribieran en ese estilo basado en preguntas y respuestas.

Comentaros también una serie de licencias que me he tomado a la hora de escribir la novela, pues hay veces en las que estaba tan harto de Conjura que era inevitable alguna salida de tono que me alegrara la tarde, con un poco de humor y unos guiños muy de nosotros: el “jozifazo” que Sócrates lanza a Platón por pesao es muy típico de nuestros bares más cachondos, al igual que los nombres de las tabernas: los puertorrealeños “El Delfín” o “La Ballena”, incluso la peña gaditana “La Estrella” tiene un hueco en la nomenclatura tabernaria ateniense. Igualmente los muelles de Gadeira aparecen dos veces en la novela, así como la famosa salazón de pescado, el que luego sería conocido como el garum romano.

Hay una frase de Platón, en la que se refiere a su nombre auténtico, no al apodo, cuando habla que su obra perdurará a través de los siglos, en las que dice: “Y todos conocerán al gran Aristocles de Atenas”. Y Sócrates le contradice: “Platón queda mejor”. Pues bien, esa frase está inspirada en un cuarteto de Carnaval, Tres Notas Musicales, cuando llaman al famoso Peña “Maestro Peñatoven” y él responde: “Dime mejor Peñita, que es más carnavalesco”.

Cuando se dice “estaba claro que Diodoro sabía utilizar magistralmente las palabras y los silencios”, estaba pensando en Jesús Quintero, el loco de la Colina.

Incluso una reflexión de Hermógenes, en la procesión de Eleusis, en la que espera que alguna vez los hombres dejen de suplicar favores rezando a una estatua de madera recoge de alguna manera otras ideas mías más personales acerca de los ritos, los mitos y la religiosidad.

Para terminar con estas anécdotas, me gustaría dejaros con un enigma: hay una frase encantadora, de una canción de los Beatles, que aparece tal cual en la novela. A ver si hay alguien que la encuentra, y nos lo comunica a todos. La pista es que la canción no es de Lennon y McCartney, sino de George Harrison.

En fin, creo que ya vale por hoy, y que hay muchas más sorpresas en La Conjura de Atenas que contar, pero creo que lo que ha quedado escrito, y publicado magníficamente por Los Libros de Umsaloua, es lo que realmente vale, y lo que espero que disfrutéis.

Una vez terminada mi charla, que no coloquio, y como si pareciera algo improvisado, os contaré una última anécdota, que tiene mucho que ver con el importante papel que os dije que la casualidad había jugado en la redacción de esta novela. Hay otras muchas más, y sorprendentes, pero si las abordáramos hoy algunos de secretos quedarían al descubierto. Mejor los tratamos aquí dentro de unas semanas, cuando todos hayáis terminado de leerla.

 Pues bien, los que habéis leído ya parte de la novela sabéis que un pequeño colgante azul con forma de delfín es muy importante en los primeros capítulos y luego en el desenlace final. Pues bien, una noche, mientras estaba en una de las tabernas similares a las que frecuentaba Sócrates, se me acercó un vendedor ambulante árabe, de los que llevan la tienda completa sobre los hombros. Me miró y me dijo: “Seguro que quieres esto, te va a hacer falta”. Y me ofreció, ante la mayor de mis sorpresas, este colgante que veis ahora. Y ahora, cada vez que veo a uno de esos vendedores le compro algo que quizás me ayude en la próxima novela. Y espero que la casualidad me sorprenda antes de que me arruine.

sábado, 14 de diciembre de 2013

"La Conjura de Atenas", YA A LA VENTA

Desde el pasado 11 de diciembre ya se puede adquirir, a un precio de 16 €,  la novela "La Conjura de Atenas", en las librerías de Puerto Real "Pérgamo" y "El Aprendiz", o directamente a la editorial a través del correo electrónico: UMSALOUA@gmail.com.
En breve se podrá adquirir también en el portal de libros electrónicos AMAZON y en otras librerías de Cádiz y Sevilla.

Imágenes de la Presentación

El pasado miércoles 11 de diciembre "La Conjura de Atenas" fue presentada ante un númeroso público que abarrotaba el salón de "El Chato del Muelle". Intervinieron en el acto Inma Calderón (editora), José Pizarro (historiador) y José Alcedo (autor), poniendo el broche de oro al acto la Alcaldesa de Puerto Real Maribel Peinado. A destacar la actuación del dúo formado por Mariela González y Cristian, así como el gran número de personas que se aseguraron de adquirir esa misma noche su ejemplar de "La Conjura de Atenas".
Las fotos son de Alejandro Gordillo.

 José Pizarro, Maribel Peinado y José Alcedo.

 Cristian, Mariela, José Pizarro, Maribel Peinado, José Alcedo e Inma Calderón

José Pizarro, Maribel Peinado, José Alcedo e Inma Calderón

Numeroso público acudió a "El Chato del Muelle"