El
ágora constituía el centro de la vida comercial, política y social de Atenas.
Estaba asentada en una llanura situada al norte de la colina de Ares (Areópago) y rodeada por
las altitudes de la Acrópolis y la Colina Agorarios.
Era el auténtico
centro neurálgico de la ciudad, y allí se podían realizar las actividades más
variadas, desde comprar y vender todo tipo de mercancías, recién llegadas de
los puertos de Falero y Pireo, hasta participar en la vida política, filosófica
y social de la polis.
En el ágora se
encontraban edificios administrativos, templos, servicios públicos, tribunales
de justicia, teatros, colegios, bibliotecas y pórticos («stoás»).
En La Conjura de Atenas:
"Para cualquier ateniense de aquellos tiempos no era nada extraño contemplar escenas sangrientas, cuerpos despedazados y hombres agonizantes suplicando la muerte como clemencia. Pero todo ello sucedía en el campo de batalla, en cualquiera de las continuas guerras a las que nos enfrentábamos con las ciudades vecinas. Pero ahora era muy distinto. La muerte se presentaba violentamente en el ágora de la ciudad y en un edificio sagrado dedicado a nuestros principales dioses, que tiene además el privilegio de ser el origen de todos los caminos de Atenas y desde el que se determinan las distancias con el resto de las ciudades del Ática. Y los mudos y sobrecogidos testigos que allí estaban no eran hoplitas ni arqueros ni generales, sino mujeres de los puestos del mercado, esclavos, niños y ancianos".
Precisamente una de las primeras escenas de La Conjura de Atenas se desarrolla en pleno ágora, con el asesinato de Examio en el Altar de los Doce
Dioses.
"Sócrates avanzó decidido entre el murmullo creciente de los que poco a poco habían ido colándose dentro de los bajos muros que rodean el Altar y observó atentamente el cadáver de Examio. Los pies de tu padre, que siempre llevaba descalzos, se tiñeron de rojo cubiertos por la sangre que iba invadiendo toda la estancia.
Llegaron algunos miembros
del Tribunal del Areópago y ordenaron que se retirara inmediatamente el cuerpo
ya que su presencia allí suponía una grave ofensa a los dioses a los que estaba
consagrado. Para aquellos jueces lo más importante en aquél momento era reparar
aquella profanación mediante ritos purificadores y ofrendas. Más tarde vendría
la investigación sobre las causas de tan horripilante muerte".
Sócrates llega allí avisado por sus
discípulos, y el cadáver del desafortunado joven se traslada hasta el Pórtico
del Rey y envuelto con unas telas que un comerciante les proporciona.
"Sabiendo
que nadie iba a ocuparse de su cadáver si no lo hacíamos nosotros mismos,
desplazamos con esfuerzo y dolor el cuerpo hacia el pórtico del Rey, justo
enfrente del Altar de los Doce Dioses. Allí lo lavamos y lo envolvimos en unas
viejas telas que nos ofreció uno de los mercaderes que estaba abriendo su
negocio en aquél momento".
A continuación se muestran unas imágenes de la recreación del Altar de los Dioses, tal y como lo podían encontrar los atenienses en la zona norte del ágora.